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      ELENA SE ESCRIBE CON H   10.50 en el reloj. 9 de julio. Verano del 2021.     Mi mano derecha estrecha con fuerza la mano izquierda de mi abuela. En esa mano hinchada, siempre dadora de amor, aún se aprecia la huella de las alianzas de boda del amor de su vida junto con el suyo propio. Dos circunferencias perfectas adornando su dedo anular, pese a llevar días sin ponérselas. La piel habla de amor, su cuerpo lo hace.   Yace en la cama, con su pelo blanco ligeramente hundido allí donde apoya la almohada, esa que custodia sus últimos sueños. Sus párpados descansan cerrados en un entrelazar de pestañas. “ Cuando el pájaro del sueño pensó hacer su nido en su pupila, vio las pestañas y se espantó por miedo a las redes”... mi mente me recuerda el antiguo zéjel queriendo escapar del dolor.   En la habitación 232 el aire es denso, opaco.  Se escucha la salida del oxígeno en un ventilador estático, la pertinaz insistencia de la gota de suero cayendo en el gotero  y mi llanto