ELENA SE ESCRIBE CON H
10.50 en el reloj.
9 de julio.
Verano del 2021.
Mi mano derecha estrecha con fuerza
la mano izquierda de mi abuela. En esa mano hinchada, siempre dadora de amor, aún
se aprecia la huella de las alianzas de boda del amor de su vida junto con el
suyo propio. Dos circunferencias perfectas adornando su dedo anular, pese a
llevar días sin ponérselas. La piel habla de amor, su cuerpo lo hace.
En la habitación 232 el aire es denso, opaco. Se escucha la salida del oxígeno en un ventilador estático, la pertinaz insistencia de la gota de suero cayendo en el gotero y mi llanto entrecortado. El tiempo ha quedado suspendido y tiene algo de irreal.
El nombre de mi abuela procede del griego y significa “la que resplandece como el sol”.
Ella acaba de irse, ha dejado de
respirar hace apenas unos segundos.
No hay latido en su cuerpo pero
rastreo la vida en el calor rezagado de los pliegues de su cuello. Acurruco
allí mi cabeza y aspiro su aroma. Ese tan cálido que ni un hospital logra
derrotar. HOGAR…susurro.
Tras la ventana es verano y aunque de
pronto haya llegado a esta habitación, inesperado, el invierno, no hay otro lugar donde querría
estar más que aquí, en su despedida.
Acaricio su piel, luchando contra
una inexorable cuenta atrás que sé ya ha comenzado. En cada caricia percibo la
mujer extraordinaria que es, todo el amor que recibió y entregó sin reservas.
Su voz me habla desde su sangre queda. La mía contesta: yo te acompaño en este
viaje, no estás sola, estoy aquí...
Esas fotografías antiguas tomadas cuando yo ni siquiera había nacido, se recrean animadas ante mí. A mi alrededor corretea riendo la
niña que fue; reconozco el amor en sus ojos de la mano de mi
abuelo, felices ambos. La
veo junto a una pequeña de quizá dos años en un vestidito blanco de tul, mi
madre, sonriéndose ambas con todo el amor de una vida por dar. En bañador y sombrero de ala
ancha con una mirada algo fruncida porque no se siente cómoda posando así, pero
mi abuelo la encuentra preciosa y se empeña en inmortalizar el momento. Junto a dos
bebes, mis tíos, que gatean en una terraza amplia y luminosa con esbeltas palmeras
al fondo…siempre feliz, vital, con su generosa sonrisa.
“Cariño, lo sentimos mucho, tenemos que bajarla. Van a venir a recogerla” –se interrumpen las imágenes con la voz de los enfermeros. Debo separarme. No puedo… tengo que hacerlo… Se va mi referente, mi cómplice, ella en quien se hunde mi raíz…noto el dolor rasgar, abrir a su paso.
- ¿Se llamaba Elena con H? Me pregunta una
de las enfermeras antes de sacar la cama de la habitación.
-Sí, con H-respondo. HELENA.
-Siempre me ha encantado ese nombre -me
dice con un gesto cálido y triste a un tiempo- Lo siento mucho.
Como el sol impostor de este verano del 2021,
nuestro último verano juntas pero nuestro verano interminable.
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